domingo, 9 de diciembre de 2007

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

Seguimos con otro de mi primer libro, este surgió de una historia de boliche en el Roni Bar, en Isla de Flores y Yaguarón (en aquellos tiempos en que todavía no le habían cambiado el nombre) yo le cambié los nombres y le di algún giro a lo que sucedía para poder desarrollar mejor mis ideas e intenciones.

En el fondo de una copa vacía

Yendo por Yaguarón hacia el lado de la Rambla, una cuadra antes de llegar al Cementerio Central, hay un bar. Un boliche como cualquier otro de Montevideo, que no tiene nada de especial a no ser una pequeña anécdota. Una extraña historia que me contaron un día y que hoy he decidido contársela a ustedes. Y que por supuesto pueden creer o no.
Estaba en el bar acodado a la barra, esperando a unos amigos, tomando una grappa con limón. Cuando sentí a mis espaldas unos carraspeos y una voz muy ronca de alcohol que cortésmente le decía al dueño del bar.
-¡Caballero! Me sirve una ginebra.
- Enseguida lo atiendo.
- Muchas gracias, no hay apuro.
Lentamente me di vuelta como buscando algo fuera del bar, por la ventana, con la intención de curiosear y él se dirigió a mí.
- ¡Muchacho! ¿Recuerda lo que era esto hace 50 años? – Dijo con una sonrisa; sonreí también y le dije:
- No creo, yo no era ni nacido, tengo 23 años.
- Era todo tan distinto.
- ¡Si, me imagino! ¡Maracaná, la Suiza de América, las vacas gordas, el boleto a un vintén! Todo eso ¿No?
- ¡No, no es eso! Me refiero a lo que se ve por la ventana, las casas, la plaza, la gente, los ómnibus, el bitumen en vez del empedrado. ¡Hasta “La Estancia ´e Los Quietos” parece distinta!
- ¿La qué?
- ¡El cementerio muchacho... a propósito... qué está tomando?
- ¡Caballero, tráigale una grappa con limón al muchacho!
- Gracias...
- Le sigo contando, hace 50 años yo era un gurí que trabajaba en un carro repartidor de leche. Un carro con caballos. Era el peón; ¿ves allá enfrente?
- ¿Dónde está el saloncito?
- No la casa de al lado, la que está vacía, era una panadería. El reparto de leche lo hacíamos a las 6 de la mañana. En invierno a esa hora, antes de empezar el reparto nos reuníamos con el panadero, el bolichero de acá. Esto en aquellos tiempos era como una pulpería. Piso de madera, mostrador de estaño, la foto de Gardel y la radio al firme con las noticias de la guerra. También estaba el sepulturero del Central, el milico que hacia la guardia, mi patrón y yo. Todos nos reuníamos una vez por semana, o cada dos semanas, y comíamos...
El viejo detuvo su parloteo y bebió la ginebra de un trago, parecía que se iba a desnucar, dejo la copa lentamente en el mostrador mientras mantenía sus ojos cerrados, los abrió despacio y miró a su alrededor, en voz baja me dijo: ...comíamos gato asado.
- ¿Gato asado, y era rico?
- ¡Puff! ¡Un manjar! –dijo haciendo gesto de gourmet- me acuerdo que el panadero ponía el horno para cocinarlo y el pan para comer, el bolichero ponía el vino y el boliche para estar cómodos. Mi patrón le daba la leche al sepulturero, porque él era el que se encargaba de cazar los gatos, entonces, cuando tenía uno lo encerraba en algún nicho, o en algún panteón y lo engordaba para comerlo. Yo como era chico, no podía poner nada, así que tendía la mesa y esas cosas, el milico iba de garrón, por hacer la vista gorda, como siempre.
- Para no faltar a la tradición.
- Sabés que bueno era tomarse unos vinos y comer algo caliente en esas madrugadas de invierno, que había tremenda escarcha, el frío te calaba los huesos. Yo era muy gurí, por eso no me dejaban tomar más de un vasito de vino, pero comía como lima nueva. Me acuerdo que me encantaba mojar el pancito en el jugo del adobo de la carne. Todo iba bien hasta que un día que estabamos reunidos de tarde, cayó al boliche, una dama que vivía cerca de acá. Era polaca y no se le entendía muy bien lo que hablaba, pero igual nos dimos cuenta que nos estaba relajando de arribabajo porque le habíamos comido al gato, que era lo único que había podido traer con ella de Europa, y agarró y nos echó una maldición, y dijo que todos nos íbamos a morir por orden de edad, del más viejo al más joven. Año tras año. Y sabés una cosa, solo se equivocó conmigo. Porque hace ya más de 40 años de que muriera el último antes que yo, que soy el único que queda. El primero fue el sepulturero que no murió, sino que desapareció y nunca más se supo de él. Un año después, el panadero. Supuestamente había dejado una pala del horno mal apoyada en la pared, y se cayó en su espalda. El golpe no lo mató, pero lo desmayó, y cayó sobre la masa del pan, muriendo asfixiado. Al año siguiente, el bolichero estaba levantando la cortina del negocio, y se le cayó en la cabeza, se la partió en dos. Al otro año murió mi patrón, uno de los caballos se le desbocó y le dio una patada. Y el último fue el milico. Lo mataron unos chorros de un tiro. Y yo cuento esta historia y me burlo de la muerte y de la maldición de la polaca, porque no me hicieron nada. Pero eso sí, siempre que tomo una copa; la tomo a la salud de todos ellos. ¿Sabés por qué?
- No, ni se me ocurre.
- Porque si no lo hiciera, sus rostros se me aparecerían en el fondo de la copa y todos ellos juntos formarían los ojos de la polaca, que eran muy similares a los del gato, y yo moriría. Lo sé porque un día la polaca se me apareció en sueños y me lo dijo.
Bebimos algunas copas más, y luego “El comegatos” que es como le decían en el barrio, se fue y nunca más lo vi, hasta ayer, que encontré sus fotos en las páginas de un diario.
“ El hombre había bebido su copa, de un trago, en el mismo lugar de la historia donde siempre la tomaba. Se quedó extasiado mirando la copa vacía y murió de un ataque al corazón. Las personas que estaban en el bar, en ese momento, bla, bla, bla,... ”
Sé que no fue así, sé que en cada bar y en cada bebedor existe el fondo de una copa vacía. Llena de recuerdos, pasiones y temores; como el que mató al “comegatos” el hombre es siempre su mayor obstáculo, por eso muere un poco cada vez que se enfrenta a sí mismo y a sus reproches, en el fondo de una copa vacía.

2 comentarios:

GuilleRodelu dijo...

Bravo amigo! Será que no me resulta ajeno nada que haga referencia a esos boliches que poco a poco van cayendo vencidos por el modernismo?... por las dudas sigo leyendo. Desde ya un saludo cordial, como el de los Asaltantes...
Guille

Anónimo dijo...

volvere con mas tiempo para poder leer. Ross