sábado, 29 de diciembre de 2007

Una forma de ver el cambio de año

Soy un tipo que gusta de los rituales cuando tienen un significado importante y pleno para quienes lo realizan. Existen varios rituales en mi vida, uno de ellos es durante mi cumpleaños, suelo buscar durante el año una canción que con su letra y sus sonidos ejemplifiquen o pinten de manera fiel, como me siento en ese momento tan importante, un momento de cambio, un momento con la sensación de un ciclo cumplido. El otro gran momento del año en que suelo hacer una especie de balance es en esta fecha. Fin de año. ¿Qué sucedió, qué me pasó, que me quedó? ¿Qué tengo pendiente para desarrollar el año que viene, qué no debo volver a repetir? Es un momento reflexívo, para seguir andando y aprender de lo vivido. En el año 2000, escribí esto que no es poema ni canción pero tiene el germen para ser cualquiera de las dos cosas. Les dejo esto para compartir a manera de brindis. ¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!

EQUIPAJE

Vivir es viajar sin cesar.
Cuál será el equipaje
¿Qué me acompañará al final del viaje?
qué tendré en mi memoria,
qué correrá por mi sangre?

Salidas - departures, arribos - arrives.
¿La vida es un aeropuerto,
un juego sin fin?
La partida siempre vuelve a comenzar.
Las mismas cosas en diferente sitio, el mismo equipaje en otro lugar.

Viajar, viajar sin detenerse. Vivir.
La muerte es la estación final.
Y nosotros haciendo trampa,
Acelerando sin intenciones de llegar.
Amores, odios, adioses,
familiares, amigos, enemigos,
Trabajar, construir, inventar, sudar,
Destruir, ignorar, olvidar,
Satisfacción, ansiedad,
Querer, creer, meditar,
Esperanza, fe.
Sueños, realidad.

Miro mis manos,
me mido en ellas.
¿Cuántas caricias han dado,
cuántos golpes,
qué han comunicado?
¿A quién han protegido,
a quién implorado?
Qué huellas quedarán de mí,
en que sitios, en cuantas almas.

La distancia no implica lejanía.
Uno puede trasladarse sin salir de donde está.

Equipaje:
Aquello que tenemos para dar sin que se vea,
Lo que podemos hacer sin que se note.

Dejo mis pesadas maletas y camino hacia la próxima estación.
Sin saber que se avecina,
Reconociendo que queda detrás.
Salidas - departures, arribos -arrives.

Navidad políticamente correcta (segunda parte)

Roberto llega al hotel cargado de paquetes. Acaba de terminar de hacer las compras para las fiestas, lleno de entusiasmo luego de cerrar un trato que lo beneficiará en más de un millón y medio de dólares.
Se siente realizado, está a un paso de entrar a jugar en primera división, de codearse con los grandes.
Alguien en la recepción lo llama y le avisa que llegó para él un paquete de Montevideo. Lo pone en una de las bolsas y sube rápidamente a su suite. Deja todo tirado sobre la cama y rompe el sobre manila con avidez. Dentro hay un cassette de video. Su alegría queda de lado dejando lugar a la incertidumbre.
Son las imágenes de las cámaras de seguridad del supermercado cortadas y editadas como si fueran una vieja película en blanco y negro. En ella Papá Noel toma a un niño de la mano y con su campana llama al resto de los niños que están ahí y como un flautista de Hamelín les guía hasta la sección juguetería. ¿Qué les estaba diciendo para tenerlos tan hipnotizados? Ya no caben más niños entre las góndolas y siguen llegando. Son un enjambre, prontos a cumplir los designios que reciban.
Papá Noel toma una caja y la rompe. Saca el juguete y se lo da a una niña. Luego invita a todos los pequeños a hacer lo mismo. Allí empieza la reacción en cadena.
Los niños se abalanzan sobre los juguetes como si fueran piñatas recién reventadas y luego el caos. Los mayores siguen a sus hijos y comienzan a tomar todo aquello que puede ser sacado de su envase y pueden llevar; desde cassettes, mouses y diskettes a electrodomésticos de todo calibre, pasando por las secciones de ferretería y electricidad, ropa, bazar, artículos para autos, perfumería, etc., etc., etc., un maremoto humano cubre el pequeño enjambre de niños y arrasa con el lugar; los guardias de seguridad tomándose a golpes con la gente, los empleados intentando recuperar los artículos, niños tirados por el piso, magullados y asustados. Mujeres protegiendo a sus hijos, más mujeres llorando, hombres intentando proteger a sus familias, luchando y arrojando cosas por encima de las góndolas. Y entre todos ellos, inmóvil, observando con satisfacción y una pequeña sonrisa de sarcasmo. El hombre de la barba blanca que complacido por su obra dirige una mirada a una de las cámaras de seguridad.
En ese momento su semblanza cambia radicalmente, sus ojos se llenan de arrojo y su aspecto placentero se crispa hasta que parece volverse un dios nórdico de la venganza.
Trepa por las góndolas con su vista en un solo objetivo. El lente de la cámara. Se para frente a ella y su osadía se transforma en odio, sus labios gesticulan algo antes que sus dientes se aprieten en su boca abierta hasta mostrar las encías; hace un corte de manga con su dedo mayor bien alzado y empieza a reírse. Roberto apaga el video y se queda absorto mirando la estática del televisor, perdido rememorando las imágenes que viera tan sólo unos momentos atrás, shockeado. Suena el teléfono y contesta exasperado.
- ¿No pedí que no se me molestara?
- Disculpe, señor, es una llamada de Punta del Este. Es su esposa e insiste en hablar con usted.
- ¡Está bien, pásemela, pero ninguna llamada más! –Carraspea aclarándose la voz y cambiando el tono. - ¡Hola mi amor! ¿Qué pasa?
- ¡Te extraño querido, te extrañamos mucho! Aparte este problema hace que estén rodeándonos montones de periodistas. No podemos salir de casa, no nos dejan en paz.
- ¡Esos hijos de puta! Son unos malditos buitres.
- Pero eso no es todo. Tenía preparada una sorpresa para Navidad, pero no me aguanto sin contártela, es más fuerte que yo. ¿Me dejás?
- ¡Esta bien contáme!
- ¡Mis amigas, las que tienen un programa de cable van a filmar nuestra fiesta! ¡Va a ser bárbaro! Y vos no tenés que preocuparte por nada. Bastante tenés con los problemas del super. Ya encargué un buffet para 100 personas, la disco y a los decoradores para que seamos la envidia de la Navidad. Mi amiga Elsa me preparó un vestido que cuando lo veas te vas a morir. Y yo te compré un traje para la ocasión, como regalo, para que seas el hombre más lindo de la noche.
- Yo creí que íbamos a hacer una cena familiar y nada más. Compre regalos para todos, especialmente para los chicos. Tenemos algo que festejar en familia. Cerré el negocio que vine a hacer acá en Santiago.
- Ya lo sé, por eso organicé la fiesta, esto se tiene que saber. Hoy nos faxearon acá a Punta, para felicitarnos. Aparte los chiquilines no van a estar, nos van a llamar cuando den las doce. Ellos se van a quedar con sus amigos, están grandes para este tipo de reuniones. No les gusta. Quieren divertirse, hacer su vida.
- ¡Bueno, mi amor! Estoy muy cansado, tuve una jornada estresante y quiero dormir un rato, mañana llego temprano. Arreglo todo el estúpido problema ese y estoy llegando a casa al mediodía. Dulces sueños mi amor.
- ¡Que descanses querido, un besote, te quiero mucho, chau!
Cuelga el tubo lentamente, la imagen del Papá Noel haciéndole un corte de manga con su dedo mayor bien alzado lo persigue, lo fastidia, tiene pesadillas con eso y su risa invadiéndolo todo. ¡Jo, jo, jo, Feliz Navidad! ¡Jo,, jo, jo! Y se repite hasta el infinito, pone sus pensamientos en el trabajo, en los negocios que salieron bien, en el año que viene que promete ser el gran año para la empresa.
En el discurso que va a decir mañana, tiene que ser contundente, y con su cabeza ocupada logra conciliar el sueño, que se encarga de machacarle cada tanto la imagen del Papá Noel haciéndole un corte de manga con su dedo mayor bien alzado.

Norberto se siente mejor, animado, extrañamente feliz. Es 24 de diciembre, el día de Nochebuena y otro presentimiento lo ha invadido por completo. No sabe qué es, pero esta distendido, amigable. Siente que toda esa estupidez va a terminar en cualquier momento. No más gente cantándole por las ventanas, o gritándole obscenidades, no más periodistas, ni fotógrafos, ni camarógrafos, no más preguntas estúpidas. Su vida se ha asemejado siempre a un barco a la deriva en pleno temporal. Sacudiéndose con todos los obstáculos y recibiendo todos los golpes que le pueda dar sin quejarse y esperando un remanso donde detenerse y empezar de nuevo. Un policía entra de improviso.
- Hay dos personas que lo quieren ver, una es un niño.
Valentín entra de pronto, como una tromba y se le cuelga de los hombros.
- ¿Cómo andás Norberto? ¡Que quilombo que armaste!
- ¿Te parece? ¡Podría haberlo hecho mejor! ¿Pero qué hacés acá, no tendrías que estar en Mercedes?
- Si, pero a mi padre se le rompió el coche y se lo arreglaron recién. Así que nos vamos ahora y yo no quería irme sin despedirme de vos. ¿Te van a dejar salir, no?
- No lo sé, pero estoy tan feliz de que me vinieras a ver, eso me demuestra que los amigos siempre están cuando se los necesita. ¿Con quién viniste? ¿Ese es tu papá?- señala al hombre que se quedó contra la pared esperando su turno para hablar.
- No, capaz que no te acordás de mí. – Le dice. El rostro y la voz se le hacen conocidos.
- Estoy seguro que te conozco pero no me doy cuenta de dónde.
- Terminá de hablar con tu amigo, no quiero interrumpir.
- Yo ya me voy. Mis padres y mis hermanas me están esperando. ¡Hoy de noche voy a brindar por vos, sabés, si mis viejos me dejan!
- ¡Gracias Valentín, yo tampoco me voy a olvidar de vos!
Se abrazan y se palmean como dos camaradas de toda la vida, dos compinches de la hora cero, uno de diez años y otro de treinta y tantos. Valentín se aleja corriendo entre bromas y chistes cuyos ecos se apagan lentamente dejando todo más oscuro y triste. Todo vuelve a la normalidad. El hombre se le acerca y le habla.
- No te debés acordar de mí, yo soy el padre de Daiana y Carolina. Me llamo Ernesto. – Dice estirando la mano para saludarlo.
- ¡Hola que tal! – Contesta, dándole la mano automáticamente; sin alcanzar a comprender. - ¿Cómo están las nenas?
- Ellas están bien, el que está jodido ahora sos vos. La tele ocupó largas horas hablando de vos, sos todo un personaje.
- ¿En serio? ¿Y qué dijeron?
- De todo, hablaron de tu familia, que esta en Estados Unidos, intentaron hablar con ellos pero no los pudieron ubicar.
- ¡No quisieron atender, esos malagradecidos! – Interrumpe.
- Dicen que estás enfermo, que sos un psicópata. Hay psicólogos, sociólogos y un montón de ólogos más estudiando tu caso y las conclusiones son todas distintas. La gente también. Algunos piensan que hiciste lo que debía haberse hecho hace mucho, otros piden tu cabeza en bandeja de plata.
- ¡Por Dios! ¿Por qué no me dejan en paz? Yo lo único que quiero es salir de acá, que no me rompan más los huevos. Quiero dormir, pero hasta el año 2000, sin parar y cuando despierte me gustaría ser otra persona y estar en otro lugar.
- La mano viene jodida, pero tienen que esperar hasta dentro de un rato. Parece que al mediodía viene el dueño del supermercado. Ya tienen preparada una conferencia de prensa.
- Gracias por preocuparse por mí, creo que es la primera persona que lo hace en varios años.
Resopla una sonrisa amarga y cabecea hacia los costados. Mira al extraño y le pide un cigarrillo, se lo da y al tiempo este le pregunta:
- ¿Qué vas a hacer cuando salgas de acá?
- No lo sé.
Se queda pensativo, cruzado de brazos, mientras golpea su dedo gordo sobre el labio inferior.
- No tengo la más puta idea.
- Mirá, yo no tengo mucho para ofrecerte, pero si tenés libreta, mi hermano te puede dar laburo en el reparto que tiene.
- Me vendría bárbaro, pero... ¿por qué me ayudás tanto?
- Algo me dice que te lo ganaste, que sos un tipo de ley y te merecés una segunda oportunidad... o quizás sea el espíritu navideño que no te abandona.- y los dos largan una carcajada enorme.
- Ojalá.- dice bostezando.- Disculpa, hace dos días que no pego un ojo.
- ¡No pasa nada! Bueno... tengo que irme pero te dejo esto.
Le extiende una tarjeta que saca del bolsillo del pantalón.
- Ahí tenés mi número de teléfono. Llámame en cuanto salgas y si te dejan libre hoy me gustaría que fueras a pasar la Nochebuena en casa. Mis hijas van a estar agradecidas. ¡No! Más bien yo voy a estar agradecido, ellas van a estar felices, aunque no te reconozcan, les encanta cuando alguien viene a cenar con nosotros y aparte ya vi que te llevás muy bien con los botijas.
- No prometo nada, pero si voy hoy de noche capaz que Papá Noel se da una vueltita, la última de su vida.
- ¡Por favor, eso no es necesario!
- Ya lo sé, pero para mí sería un gusto... en serio.
- Está bien, está bien, suerte y... ¡Feliz Navidad!
- ¡Gracias igualmente! – Se despiden con un apretón de manos.
Entre sonidos guturales, voces cacofónicas y maquinas de escribir oxidadas, la palabra Navidad se escabulle silenciosa, tapada por el olor a baquelita y sudor, Norberto siente que algo intangible oprime su pecho hasta que una lágrima se le escapa y luego otra y otra más hasta que larga a llorar como un niño sin consuelo.


En la sede central de la cadena de supermercados todo está pronto para la conferencia de prensa que Roberto Pío va a dar. Están todos los medios de prensa, las radios y claro está, la televisión. La sala refrigerada está inundada de una música inocua, mientras una cuadrilla de mozos sirve refrescos y unos bocadillos. Cuando entra acompañado con el Ministro del Interior y un séquito de encargados de las distintas sucursales, todos se levantan de sus sillas expectantes. Una lluvia de fotos arrasa el lugar.
Los camarógrafos prenden sus luces auxiliares y los periodistas dan sus últimos retoques a las corbatas y a sus gargantas. Una sonrisa cuadrada y extensa de satisfacción aparece calcada en todos los que se sientan tras los micrófonos. Roberto toma la palabra antes que empiece la andanada de preguntas.
- ¡Buenos días, señores de la prensa, radio y televisión! ¡Bienvenidos a ésta, su casa! Espero que sepan disculpar la demora, pero recién llego de un viaje de negocios y he tenido que informarme debidamente del caso. El propio Ministro del Interior, aquí presente, - lo señala casi con una reverencia – me ha informado de todo lo acontecido. Sé que la espera fue por lo menos refrescante y apetitosa. –se ríe de su chiste que escasamente es festejado.- y se también que estarán llenos de preguntas. Espero que lo que tengo que contarles les sea suficiente. Porque la víspera de Navidad, es un día muy especial para todos nosotros. El tema de Papá Noel será a partir de ahora, tan solo una anécdota para recordar. Este joven no sufrirá ninguna represalia por parte de la empresa, ni perderá su trabajo, ni mucho menos. Actualmente otro de nuestros empleados cubre su puesto, pero como es por todos sabido, en el correr del mes de enero vamos a abrir otra sucursal. Este muchacho entrará a trabajar allí. Mientras tanto se le pagará el sueldo como si estuviera disfrutando de unas “pequeñas vacaciones”. Los destrozos causados en el Hipermercado nos dejaron cuantiosas perdidas, pero este joven no deberá reponer un solo peso de eso. Nosotros creemos en la Navidad y este es nuestro regalo para ese muchacho que cometió un error, como pudo haberlo cometido cualquiera de nosotros. Como lo cometió la gente que entro en estado de histeria y provocó esa avalancha, casi criminal podría decirse, sobre los niños allí presentes y los demás incidentes por demás bochornosos. Pero como ya les dije, ya todo pasó. En este momento están dándole la libertad al joven, libre de todo cargo levantado contra él. Para que retorne a su hogar y pase una Feliz Navidad, como se la deseamos a ustedes y a todo el público que a través de sus medios de comunicación se enteraran de la buena nueva. ¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para todos! ¡Muchas gracias!
El apretón de manos de Roberto y el ministro quedó impreso en todas las cámaras fotográficas y de T.V.
Luego el ministro dio un pequeño discurso donde exaltaba el trabajo de las fuerzas policiales y donde agradecía la comprensión y la buena voluntad de la empresa, sus dueños y empleados; y ratificó la importancia de la labor y la cristalinidad con que fue manejado el caso tan emblemático y singular por sus características.

En la jefatura, Norberto no podía creer lo que estaban diciendo: que quedaba libre, que retiraban los cargos y que podía volver a su trabajo. Pero eso era lo que menos le importaba. En lo único que pensaba era en que por primera vez en ocho años iba a pasar una Navidad acompañado y se sentía querido y aceptado por una familia que apenas conocía.
Sacó la tarjeta de su bolsillo y pidió que le dejaran usar un teléfono, para hacer la llamada más esperanzadora de su vida. Y cuando atendieron y habló con Ernesto, su señora y las niñas, no se sintió defraudado y reconoció el hermoso regalo que estaba recibiendo esta Navidad.

Camino a Punta del Este por la interbalnearia un celular comunica a Roberto con el señor Alvarez, su hombre de confianza.
- ¡Hola! ¿Alvarez? ... Si, habla Roberto. Tengo algunos requerimientos para hacerle: cuando pueda comuníquese con el “Papá Noel” y dígale que vuelva cuanto antes. Hay algunos periodistas que lo quieren entrevistar en su lugar de trabajo, y eso sería buena propaganda para nosotros. Dele unos días para que se lo crea y después ya sabe, lo traslada y le explica as nuevas condiciones de trabajo. Le quiero limpiando todos los baños, graseras y cañerías y cámaras sépticas que pueda aguantar; lo quiero trabajando en los horarios más agotadores y quiero que le reduzcan el sueldo a la mitad. Esas son las exigencias para que se quede en la empresa, y si no quiere, explíquele que hay una fila de desocupados esperando ocupar su puesto. ¿Quedó claro Alvarez? ... perfecto... ¡Ah! Una cosa más Alvarez. ¡Feliz Navidad!

Navidad Polìticamente Correcta (primera parte)

Hace algunos años por circunstancias que nunca podré definir, causalidades del destino quizás, me toco hacer de Papá Noel en mi trabajo. Esa experiencia abrió una puerta a una sensibilidad diferente con respecto a esta fiesta que solía vivir como muy lejana. Y que no volvería a sentir de ese modo hasta el nacimiento de mi hija. La experiencia de esa Navidad generó la idea que a la postre se convirtió en este cuento que dejo aquí para compartir, al igual que este saludo festivo:

Queridos familiares y amigos, estimados compañeros de trabajo, compañeros de ruta en general. En estos momentos tan especiales para algunos, tan tediosos e insignificantes para otros, como son las Navidades. Quiero levantar mi copa y brindar por todos ustedes. Porque más allá de cualquier simbolismo religioso, social o mercantil; desde mi humilde punto de vista, estos son tiempos de esperanzas, de reconciliaciones, de ser humanos.
Tiempos de vivir de cara a la vida. Levantemos todos juntos la copa de la utopía y como decía Luca, soñemos el sueño imposible. Brindemos por que vale la pena estar aquí y ahora. Abracen a esos seres que tanto quieren, y a veces, de quienes tanto reniegan, dejen de lado las diferencias y valoren lo demás. Miremos dignamente al otro y sintamos, y entendamos, que está tan lleno de sueños como nosotros. Construyamos y alimentemos esos sueños para que algún día se hagan realidad, para que este breve momento del año dure mucho más tiempo y los acontecimientos venideros nos encuentren más unidos, sensibles, justos. Más capaces de compartir, convivir, amar. Esta es mi utopía, mi deseo. Y deseaba compartirlo con ustedes. Levanto nuevamente mi copa y brindo por la vida, brindo por ustedes y porque nunca falte.
Mando desde aquí un gran abrazo fraterno con los mejores deseos de esperanza Y FELIZ NAVIDAD Para todos, en cualquier parte del mundo, debería ser así.


Navidad políticamente correcta

- ¡Estamos trasmitiendo en vivo y en directo desde la Jefatura de Policía de Montevideo, donde tienen encerrado a Papá Noel! En un hecho sin precedentes... stos momentos un grupo de especialistas se encuentran interrogando a Papá N... posiblemente se requiera la presencia del Ministro del Interior para que intervenga en este hecho sin precedentes... hay un grupo de personas disfrazadas de Papá Noel exigiendo la liberación de este personaje con pancartas y repartiendo panfletos que cuestionan la lógica del acontecimiento qu... on nosotros el psicól...
En la penumbra de la lujosa habitación, iluminada por la pantalla del televisor y una pequeña veladora, se cansa de escuchar tanta estupidez. No puede creerlo, pero es así. Su padre siempre le había dicho que si quería que las cosas salieran bien debía hacerlas uno mismo. Y parecía que así era. Deja el control remoto sobre la mesa y toma el teléfono. Le molesta perder el tiempo en trivialidades. El teléfono suena, alguien contesta:
- ¡Hola supermercados Pío! ¿En qué puedo ayudarlo? – una voz servil y florida.
- Con el encargado general, habla Roberto Pío. –dice cortante y con voz de mando.
- Enseguida, señor. –responde la voz servil y ahora marchita.
- ¿Cómo está, Alvarez?
- ¡Mal señor! ¡Esto es un caos; el tema de Papá Noel nos ha hecho bajar las ventas en forma abismal!
- Lo entiendo, lo entiendo. Dígame ¿a cuánto ascienden las perdidas?
- Todavía no se han calculado señor, pero está el asunto de la mercadería “regalada” y no quiera saber lo que fue con la avalancha de gente y tener que cerrar el local tres horas antes, sin contar los sueldos de los empleados que se quedaron horas extras para acomodar el estropicio.
- Quiero un informe completo para esta noche. Me lo envía por fax al hotel, acá en Santiago. ¿Quién estaba a cargo de la seguridad en ese momento?
- Cuando yo bajé a dar una mano y a poner un poco de orden estaba Martínez a cargo, pero se le notaba que todo se le había ido de las manos. ¡Hacía rato! Estaba muy alterado.
- ¡Despídanlo! Y también a los de seguridad que crea conveniente. Eso arreglará todo lo concerniente al ambiente generado en la sucursal.
- ¡Sí, señor! ¿Algo más?
- Quiero que preparen un comunicado de prensa en donde conste que yo no estaba en el país cuando esto ocurrió, pero que me he enterado del caso y voy para allá a tratarlo personalmente con la intención de que la Navidad sea feliz para todos y esto no pase de ser un hecho anecdótico que recordaremos con ironía. Mañana en la mañana estoy llegando a Montevideo. Confío en usted, Alvarez. Es el único que se lo merece. ¡Ah, otra cosa! Avísele a mi familia que desaparezcan del mapa, que se vayan a Punta del Este y no se dejen ver por nadie que yo arreglo todo.

En la jefatura un tipo abatido y sudoroso fuma un cigarrillo lentamente como si en eso le fuera la vida. Encorvado y con la mano apoyada en su rodilla mira el suelo perdiéndose en las baldosas. Las botas negras le quedan grandes, el traje rojo le cuelga. A su costado un almohadón que le sirvió de panza, una barba postiza y un gorro con un pompón blanco completan el cuadro.
Levanta la cabeza y mira a los cuatro costados. No puede creer que esto esté pasando, siempre había visto este edificio desde afuera y nuca pensó estar allí en estas condiciones, recuerda cuando se burlaba de los milicos que laburaban siempre en la puerta al rayo del sol o bajo la peor de las lluvias. Deja caer su cabeza lentamente hasta que se pierde entre sus hombros y su pecho, mientras piensa en un burro que lo está cagando a patadas en el culo. Se lo merecía una y mil veces.
Se rompe el silencio, otro hombre entra en la sala sin saludar. Toma una silla y la acerca, la pone al revés y se sienta frente a él cruzando sus brazos sobre el respaldo y apoya su barbilla sobre ellos. Lo mira comprensivamente.
- Norberto, Norberto. ¿Se siente mejor, quiere algo? ¿Algo de tomar quizás?
- No gracias. – Contesta con voz distante y monocorde.
- Necesito que me cuente todo otra vez, despacio y tomándose su tiempo. Trate de recordar detalles, todo es importante, por favor.
- ¿Otra vez? – Contesta ofuscado.- ¡Cuántas veces más va a ser necesario!
- Si le estoy pidiendo por favor, es por usted. De usted depende que todo este lío se arregle.
- Está bien, disculpe que haya gritado. Fue todo tan rápido. Un día conté en el trabajo que había hecho de Papá Noel; para mis hermanos, cuando eran chicos. Lo lindo que había sido esa experiencia, lo feliz que me sentí al hacerlos felices a ellos. Y como, por primera vez, el escéptico número uno de la Navidad, que soy yo. Creyó aunque sea un minuto en ella. ¿Y viste como es? En estos lugares uno no puede contar nada sin que se entere hasta el último orejón del tarro. Un día vino un encargado y me ofreció hacer de Papá Noel por tres días. El 22, 23 y 24. Yo trabajo de las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde y todos estaban haciendo doble turno. Me pidieron que me disfrazara de la cinco de la tarde a las diez de la noche y me lo pagarían doble y tendría un plus que cobraría en fin de año. Acepté. Una oportunidad así de ganar más plata por trabajar la misma cantidad de hora que los demás me pareció un regalo del cielo.
Hace una pausa y mueve su cabeza lamentándose. Suspira y retoma el relato.
- Creí que frente a centenares de niños que no conocía no sentiría nada y sin embargo comencé a desmoronarme. Se rompieron los límites entre pensar y hacer, actuar o decidir; pasaba de la euforia a la violencia como si nada. Tendría que preguntarle a mis compañeros de trabajo. Dos horas antes de disfrazarme comenzaba a irritarme, a ponerme meticuloso, obsesivo, hasta llegar al extremo de pelearme por cualquier cosa. -¡Pará loco, pará!- me gritaban mis amigos entonces, entonces reaccionaba y me daba cuenta que el que estaba mal era yo. Todavía no puedo creer que me hayan soportado tanto. Ya disfrazado me sentía suelto, alegre, todo lo contrario a como estaba unos minutos antes. Caminaba de punta a punta del supermercado recorriendo las góndolas y haciendo sonar mi campana, invitando a los chicos a pedir sus regalitos. Los llevaba hasta mi sección y...
- Disculpe que lo interrumpa. ¿Dónde es que trabaja?
- En la sección electrodomésticos, audio y computación. Hay un rincón que esta dedicado a las computadoras y los videogames y todos sus accesorios. Ahí trabajo yo. –Como le decía, remarca molesto la interrupción. – En mi sección tenía un sillón adornado con guirnaldas y flores navideñas. Ahí me sentaba, tomaba una cuadernola, una lapicera y le pedía a los niños su nombre, su edad y que me detallaran qué querían recibir como obsequio. Al mismo tiempo que los invitaba a dejar su cartita en un buzón que tenía a mi lado: Marcelo, de 6 años, me dijo que quería una moto y un casco; Sthepanie, un regalito que fuera una pelota igual a la de Gastón, un amiguito de ella. Rodrigo de 3 añitos pedía los muñecos de Batman; David de 4, “El equipo completo de Peñarol, una pelota y una radio”; Lucia, de 8 años quería un hámster. Gervasio, de 6 “un auto que tenga nafta”. Así pasaron por el cuaderno cientos de niños, cientos de abrazos, besos, sorpresas, sustos, sueños y mil cosas más, me sentí el tipo más completo del mundo y a la vez el más frágil. ¡No sabés lo que era ver sus ojitos flotando en ensueños, las caritas brillando de emoción! Los más chiquitos saludándome, escondidos detrás de sus mamás, tirándome besos con sus manitas delicadas, con miedo a acercarse. Aprendí que en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos, uno puede encontrar o dar felicidad. El que me hizo dar cuenta de eso fue Valentín, un botija de 10 años, flaquito, dientón y con ojos de ratón. Inteligente y sarcástico, siempre viene a probar juegos de P.C. y de vez en cuando compra alguno; el día que se enteró que me tenía que poner el traje, salieron de su boca el total de mis excusas y cuando quise decirle que estaba equivocado solo reí guiñándole un ojo. Pero el mismo se encargo de reivindicarse al venir y ser mi ayudante durante horas. Estaba fascinado tocando la campana para llamar a los niños, haciendo de apuntador. – Si se llama Nicolás, decíle, chau tocayo. –Me recriminó una vez. -¿Por qué? Le pregunté.- Porque Papá Noel, Santa Claus y San Nicolás son el mismo. – y terminó contándome la historia completa de la Navidad que había leído en una revista. Y ayer antes de irse me miró con cara de pícaro y riéndose me susurró: - Te dejé mi cartita en el buzón espero que la leas. – Le aseguré que sí. Nos dimos un abrazo con palmaditas incluidas y se fue corriendo loco de contento. Eso me demostró que era igual a los demás niños de su edad; a pesar de su picardía veía en las fiestas un sueño especial y me lo hacía sentir, lo compartía conmigo al igual que los otros niños. Dos de ellos también me sacudieron hasta los huesos. El primero fue un nenito oriental, japonés creo, aunque hablaba español bastante bien. La madre es clienta y es de la embajada porque siempre paga con una tarjeta dorada y tiene documento diplomático. El nene me pidió un par de juguetes como cualquier otro niño y terminó diciéndome: - Y quiero que haya más amistad y tener más amigos para jugar. Me invadió un sentimiento de soledad terrible. No podía creerlo. Me sentí impotente ante su pedido, porque lo que él quería era algo que no se podía comprar, muy difícil de conseguir y muy fácil de perder cuando no es real. Al otro día, hoy, una nenita que venía de la mano del padre, cuando estuvo a un par de metros de mí, se soltó y corrió a abrazarme. Me besó y se sentó en mi falda, me contó que se llamaba Daiana y me explicó cuales iban a ser sus obsequios. Luego me pidió que le dejara lo mismo para su hermanita, Carolina, que tenía diez, ella tenía cinco. Se fue muy feliz con su papá a terminar de hacer las compras que faltaban para la cena de Nochebuena. Antes de irse vino de nuevo y me dio otro beso, se alejó haciéndome adiós con la manito hasta que se perdió entre el gentío y durante el resto de la tarde tuve un presentimiento. Traté de alejarlo de mi mente pero cada vez que aparecía lo hacía con más fuerza; dos o tres horas después la niña volvió con su familia, pero esta vez había traído a su hermanita. Se acercaron, ella me dio un beso y me la presentó. Era una niña... especial, que precisaba de todo el amor del mundo, y estoy seguro que en su casa tenía todo eso y mucho más. Parada delante de mí, estaba extasiada mientras se tocaba nerviosamente y yo perplejo atoraba las palabras. Se acercó, sonreí y estiré mi mano. Se aferró a ella como a una soga que pende de un precipicio, me estrujó, me dio un besito y me dijo maravillada: -¡Hola Papá Noel, como estás! – Muy contento de que hayas venido, estaba esperándote, Daiana me habló de vos, tu nombre es Carolina y ya tengo tus pedidos para llevártelos, porque papi y mami ya me contaron que te portás muy bien. -¡Gracias Papá Noel! – Dijo – y su abrazo fue tan cálido y su besito tan suave; su voz tan dulce que pensé que estaba siendo besado por un ángel. Quería pararme y salir corriendo hasta perderme de vista. Ella enseguida me soltó y se abrazó a su mamá sin quitarme los ojos de encima, entonces se acerco a la más chiquita y me contó: - Papá esta preparando asado y ensaladas y yo quiero invitarte a que comas con nosotros. ¿Vás a venir? – Y yo ¿qué iba a hacer? Le expliqué que no iba a poder porque tenía que repartir los regalos de los demás y eso me llevaría toda la noche. Con una sonrisa comprensiva me dio un beso y se agarró a su papá. Cuando se alejaban, el padre se dio vuelta; - “¡Flaco, vos ya tenés un lugar en el cielo!” – Me dijo bajito, palmeándome el hombro. Se me erizó hasta el último pelo del cuerpo. ¡Y ya no recuerdo más! ¡Juro por Dios que no me acuerdo que más pasó!
- Está bien cálmese, cálmese, yo no lo voy a obligar a que me diga nada más. ¿Quiere agua o algo de comer?
- ¡No! Déjeme sólo.
El hombre retira la silla y la deja de vuelta donde estaba. El silencio reina nuevamente en el lugar, Norberto se acurruca y tira el filtro que empezaba a quemarse. De a poco se lleva las manos a los bolsillos y en uno de ellos siente el crujir del papel y recuerda. Lentamente lo saca y lo acondiciona para leerlo. Rompe el sobre y saca una hoja recortada, con la letra de su gran amigo:
“Papá Noel:
Yo se que esto es mentira
Pero por las dudas te pido
Que le digas a Jesús que en la
Navidad a él no le dan importancia
Por eso te pido: un Lamborchini
Una playa
Un shopping
A Sharon Stone
Un oso Teddy
Una tele de 90 pulgadas
Te lo pide Valentín.
Bye, bye.”

La dobla y vuelve a guardarla en su bolsillo, prende un cigarrillo y con la mirada perdida se ríe socarronamente.
Fuera de la jefatura un verdadero carnaval de gente cubre la calle. Periodistas, fotógrafos, canales de televisión, y gente. Mucha a favor y otro tanto en contra, formando una coreografía digna del Solís. Luces y flashes por doquier, consignas y cantos navideños. Exaltación de los valores morales y la familia. La incidencia del comunismo, Papá Noel y las drogas y un sin fin de elucubraciones más.
Pequeños grabadores y micrófonos registrando esa Babel y la omnipresencia de la televisión filmando absolutamente todo.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

Este también pertenece al segundo libro, me pregunté un día mirando a un pordiosero:¿Qué cosas en la vida te pueden llevar a terminar de ese modo, cuan horribles o sencillas pueden ser? No he encontrado una respuesta aún. Pero si he encontrado unas cuantas preguntas màs.



Piel de higo

A pesar de no ser muy viejo su memoria ya no recuerda cuántos años tiene, ni como se llama. Su rostro empercudido por la mugre de la calle esta lleno de grietas que desaparecen bajo su tupida y enmarañada barba, que parece la flor de un cardo.
Un halo de suciedad lo envuelve como si fuese su mejor traje, hecho de diarios viejos, buzos ralitos y mohosos, un sacón y un par de pantalones apolillados. Calzado con lo que queda de unas romanitas despedazadas por los colmillos de un perro. Sus pies se han acostumbrado a ser insensibles al frío, al calor, a la humedad, a la lluvia y se han convertido en raíces abigarradas, callosas y resecas, llenas de pústulas rojizas y cicatrices moradas. Sus manos son estilizadas con dedos de pianista, largos y finos como cáñamos que desvencijados por una tormenta se quiebran en todas direcciones sin secarse.
Deambula como las semillas del diente de león arrastrado por el viento o por la gente que lo pisa, lo empuja, lo sopla. Llega a un lugar que le parece conocido y los recuerdos brotan discontinuos y desordenados. Se ve durmiendo en el banco de esa plazita de deportes y recuerda cuando unos hombres de azul lo alumbraron con sus linternas, lo patearon, lo escupieron y lo echaron de allí riéndose de él. Rememora cuando de niño jugaba en esos toboganes y era él quien reía. Lentamente se lleva las manos a la cara pero la barba no le deja tocarse los labios cuarteados y pálidos que hace mucho no sonríen, ni emiten sonido alguno.
El viento le trae el olor a galletitas recién horneadas que viene de la fábrica que está enfrente y se deja llevar por el y sus intermitentes reminiscencias de un trabajo, una vida estable, sus compañeros y amigos, el fútbol de los domingos. Se sobresalta cuando se ve durmiendo allí acurrucado una madrugada neblinosa y alguien se le acerca y lo llama por un nombre que ya no es suyo, y le insiste machacándole hechos y lugares en común y él lo niega, y se apoya en su botella de alcohol azul con alpiste y a los tropezones huye de esa voz que lo reclama.
Llega ala esquina siguiente y ve la parada de ómnibus y repasa todas las noches lluviosas que durmió bajo ese techo de chapa y la vez que despertó y vio frente a él un niño rubio con una sonrisa cargada de maldad y sus ojos celestes llenos de estática. Tenía en su mano izquierda un cable y en la derecha un encendedor, sintió olor a quemado y vio que era su barba incendiándose y se arrastró por el piso golpeándose con las manos hasta que logro apagar el fuego y el niño se dio media vuelta y se alejó indiferente.
Un poco más lejos ve una casa semiderruída con la ventana y la puerta tapiadas y el jardín en ruinas. La reconoce, sabe que en fondo de esa casa hay un parral y una higuera donde él creció trepado de sus ramas y le hicieron creer que el mundo era un jardín de gente. Está recorriendo un altar del pasado.
Recuerda caricias y retos, siente las ruedas de su triciclo, los vidrios rotos con una pelota, los primeros besos en el zaguán, los regalos hechos con su primer sueldo, el orgullo de su ascenso. La alegría y las lágrimas cuando dio la gran noticia de su casamiento. Miles de fantasmas dan vuelta a su alrededor originando nuevos recuerdos.
El sepelio y el entierro de sus padres. La muerte que se va y la nueva vida que se acerca. La incertidumbre y el miedo de las complicaciones. Perdido por lo s pasillos de un hospital entre tubos medicamentos y cuidados. Y la parca ala vuelta del quirófano. Una panza bendita, enorme. Llena de luz que se apaga, se agota y se termina. Todo se derrumba con los latidos de una nueva vida que queda trunca llevándose otra consigo y su alma arrebatada.
Y ahora está ahí de vuelta. Por primera vez en años su vida tiene un propósito que no consiste en evocar los aspectos de su tristeza sino en saber cuánto hay de cierto en un viejo cuento que su madre le susurraba de pequeño.
Como puede saca fuerzas de la nada y a los tumbos trepa la verja y cae dentro del jardín, se levanta aunque le cuesta un triunfo y con aire señorial quita la mugre nueva producida por la caída. Acomoda sus harapos y se dirige al fondo de la casa a paso firme y decidido. Sus manos intentan darle un sentido a la barba, peinándola, acariciándola, desenredándola sin suerte. Llega hasta la higuera se recuesta en ella y cansado por el esfuerzo se desinfla y desfallece.
“Todos los fin de año la higuera recibe a escondida de los otros a un señor muy viejito que está arrugado y decrépito, es el año que se va. Él se recuesta en ella muy solemnemente y espera. Su piel se hace más suave y llena de vida, mientras que uno de los higos cae y empieza a madurar muy rápidamente. La piel del higo se abre como las alas de un cisne y de su corazón y su carne rojos y suaves va creciendo un niño diminuto que es el año nuevo, que rozagante y fértil se levanta y besa la frente del viejito que ya tiene el color del higo y su piel. Se despide deseándole suerte al año que comienza con una sonrisa y se convierte en el higo más maduro y sabroso que jamás halla existido y tu papá y yo lo entramos a la casa y nos lo comemos, mitad cada uno para que el año que comienza sea más próspero y lleno de felicidad.”
Los higos cuelgan del árbol como pequeños embriones llenos de vida palpitante y pronta para salir al mundo y enfrentarse con él.
En el cielo los primeros silbidos de las cañitas voladoras y las luces de bengala llenan la noche. Gritos que vienen desde lejos anuncian la llegada del año nuevo. Un higo cae al piso, una paz y una comprensión como nunca había sentido antes lo invade. Siente que sus labios, ahora delicados y carnosos dejan entrever una sonrisa que escapa de la barba y su vieja piel está ahora tan suave y apetecible como la piel del higo.

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

Seguimos compartiendo cuentos: este forma parte de mi segundo libro "La textura de nuestros Fantasmas" editado en 1999. Este cuento surgió de una venganza personal, contra los choferes de los omnibus interdepartamentales. Por todas las veces que por jugar carreras entre ellos te dejan pagando en la parada, y por otra suma de cosas.




La leyenda

La lluvia es como una música monótona de gorgoteos y repiqueteos, matizada con el suave deslizar de neumáticos en el asfalto y los susurros del viento entre los árboles. Dentro del bar el techo de dolmenit se encarga de amplificar el martilleo de las gotas relegando los sonidos de la carretera a un segundo plano.
Los parroquianos juegan un truco de seis bajo una luz tenue y espesa por el humo de los cigarrillos que sofocan de sus gargantas con un trago. Juegan sin ganas, esperando que amaine la lluvia para volver a sus casas. Las barajas pesan toneladas, se dejan repartir en cámara lenta, para caer con un golpe apagado, denso, que levanta el polvo de la mesa; pero existe un sonido que es como un zarpazo que corta la lluvia en dos, quema la carretera, detiene los corazones. Es el grito atronador del motor del temor.
- ¡Escuchen!... es él, estoy seguro.
Y desde cada arruga los rostros comienzan a ensombrecerse con remordimiento.
- Si, ese sonido es inconfundible. Es el Fusca negro.
- Recuerdo la primera vez que lo vi. Era tarde, yo había terminado mi turno. Iba a entregar el ómnibus, en aquellos tiempos manejaba el 717. Venía del Pinar por la Interbalnearia. A lo lejos vi una pequeña mancha negra con unas diminutas luces rojas, calientes y crepitantes como el centro de una fundición. Alrededor de la mancha todo el paisaje se distorsionaba hasta que se lo tragaba y lo volvía a escupir. Diferente. Mi cuentakilómetros marcaba 100-120 más o menos y esa cosa tenía que venir al doble y por mi carril. ¡Ibamos a chocar de frente!...
Alguien entra al bar, mira a los jugadores con displicencia y sigue hacia la barra. – Jefe; en un vaso póngame dos de grappa y una de anís. Sin hielo.
Se acoda en el mostrador y fija su mirada en la ventana que está detrás de la mesa de truco, perdiendo su vista en la lluvia. En la mesa se reanuda la conversación.
- ¿Y?
- No sabía qué hacer, pensé que el que conducía eso tenía que estar loco o drogado o algo así. Cuando estabamos como a 200 metros vi que era un Fusca; un maldito Fusca y me tenté; si esa mierda se pega contra esto se hace más mierda. Me agazapé en el volante con los dientes apretados. 150 metros, 100 metros... me asusté. El coche se me vino encima. Se iba a meter por el parabrisas.
Se me aflojaron las piernas y sentí el pichí bajar por los pantalones. Podía ver la matrícula delante de mis ojos, pude leerla. Entonces prendió unos faros de yodo y me encegueció, clavé los frenos, sentí un golpe y solté el volante. Creí que había muerto.
- ¿Y que pasó?
- Nada; como si no hubiese pasado nada.
- Pero si viste la matrícula, ¿porqué no lo denunciaste?
- Porque no tenía números, llevaba una consigna, un lema: “buscar y destruir”.
- Vos no fuiste el único, varios tuvieron historias similares, solo que llevo tiempo saberlo, nadie se animaba a contarlo. ¿Te acordás?
- Yo no creía en esas historias. Me reía. Un día en pleno invierno, hacía un frío de novela y el viento cortaba la cara. Estaba atrasado y traía el acelerador pegado el piso. En la parada a la altura de la Española, en el 22 y medio, había una viejita. Yo la conocía, siempre tomaba el ómnibus a esa hora. ¿Saben por qué la conocía? Porque siempre tenía que ayudarla a subir y perdía como cinco minutos para hacerlo. La doña se desarmaba haciendo señas. Así queme hice el pelotudo y pasé expreso sin mirarla. Dos o tres paradas después, estaba ella ahí de vuelta haciendo ademanes, creí que eran visiones; seguí sin darle bola. Al rato lo mismo y ya me entre a calentar, alguien me estaba tomando el pelo. En la siguiente un tipo. Paro. Abro la puerta. ¡Y sube la vieja, no entendía nada! Cuando miro buscando al que iba a subir me sonó toda la cara como si me hubieran dado un cascotazo. Sentí que cortaba un boleto y se lo daba a la señora que estaba asombrada. – Cada vez que dejés a la gente de a pie hijo de puta, te vas a acordar de mí. Y si no lo hacés voy a volver y te voy a repetir la dosis para refrescarte la memoria.- me dijo. Se bajó antes que pudiera cerrar la puerta. Reaccioné al ver en el espejo que el ojo me había quedado como una pasa de uva y al sentir que todo el pasaje aplaudía, reía y silbaba.
- ¡Que hijo de puta!
El hombre de la barra tose, carraspea. Todos lo miran, hace un gesto de disculpa y con otro los invita a continuar, mirando hacia otro lado.
- Lo terrible es que eso mismo que te hizo a vos se lo hizo a muchos. Un día con Jaimito y Pepe salimos a buscarlo. Tenías que vernos a las tres de la mañana: tres ómnibus en fila tocando la bocina a 100 kilómetros por hora, estuvimos un rato y ya íbamos a darnos por vencidos, se nos había pasado la calentura. El Fusca nos pasó como postes, aminoró y nos esperó, cuando lo alcanzamos sacó el brazo por la ventanilla y levantó “el dedito mayor”. ¡Cómo me puse cuando vi ese dedito! Les avisé a los muchachos con los señaleros y nos pusimos en posición, como habíamos acordado. Lo alcanzamos, nos pusimos uno a cada lado, y Jaimito le pegó de atrás hasta que empezó a sarandearse y Pepe y yo lo apretamos como una sardina. Los crujidos de la chapa eran terribles. ¡Que susto le dimos! Lo estabamos aplastando y echaba chispas por todos lados y cuando lo esperaba el golpe final llegamos a la curva donde Gianattasio se junta con Av. De las Américas. Ahí el sorete aceleró y se tiró a la izquierda, al cantero, perdió el control cuando quiso dar una vuelta de 180 grados. Dio un coletazo y arrancó limpito el pilar de un cartel de señalización; se pegó de costado contra las barandas de contención y se empezó a prender fuego. Se mandó derecho por la calle de tierra contra los autos que había en la puerta de la discoteca. Nosotros dimos la vuelta y como vimos que no podíamos pasar por ese hueco nos dividimos para esperarlo en alguna otra salida, pero lo perdimos.
El hombre de la barra le hace gestos al dueño del bar preguntándole si son locos; el dueño se encoge de hombros y con el puño cerrado, su pulgar extendido, le da su teoría de cómo están.
- Esto que les voy a contar no lo sabe nadie pero yo estuve dentro de esa máquina.
- ¡Dejáte de pavadas!
- ¡Es verdad! Lo juro por mi madre que está en el cielo. - dice persignándose – Una noche salía de entregar la recaudación y me iba para casa. Sabía que faltaban cinco minutos para que viniera Jorge, que pasaba con el coche 311; él vive cerca de casa y siempre me arrimaba. Un coche negro se detuvo a mi lado, no lo conocía, pero me di cuenta que era el Fusca negro. Era un color negro metalizado, insondable, la carrocería respiraba pausadamente, babeante. Más que un auto parecía un animal. Una pantera negra. Se abrió la puerta y un tipo vestido de negro, con casco, me dijo que me subiera; más bien me lo ordenó. Así lo hice. Algo reptaba por mi cuerpo, era el cinturón de seguridad que se ajustaba solo. Todo estaba iluminado por una tenue luz rojiza y los vidrios negros eran inescrutables. Te reflejaban en ellos como si estuvieras en un abismo; miré la aguja y estabamos arriba de los 100 entonces me miró diciendo: “me contaron que a vos te gusta andar rápido y tirarte con el ómnibus encima de cualquier auto chico que se te cruce, bueno, vamos a ver que se siente cuando es al revés.” Prendió unas luces potentísimas y vimos encima nuestro un Leyland. No sentimos el golpe ni ningún ruido. Sólo vi cómo le arrancaba el costado arrugándoselo como si fuera manteca. El Fusca ni siquiera vibró, daba escalofríos. Después no sé qué ocurrió porque cuando desperté estaba de vuelta en la parada.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Eso es lo más estúpido que he escuchado en mi vida! - Dice el de la barra levantándose del taburete.
Se acerca a la mesa mirándolos. Les habla cara a cara.
- Creo que no conozco un solo auto capaz de saltar por sí mismo. No recuerdo tampoco, que nunca alguno de ustedes haya tenido los huevos para perseguirme y jamás en mi vida me vestí de negro.
Se da media vuelta y se va por donde llegó. No se escucha una palabra. Lo único que testifica que el tiempo sigue corriendo es la lluvia que no para de caer y el ruido de un motor alejándose.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

Seguimos con otro de mi primer libro, este surgió de una historia de boliche en el Roni Bar, en Isla de Flores y Yaguarón (en aquellos tiempos en que todavía no le habían cambiado el nombre) yo le cambié los nombres y le di algún giro a lo que sucedía para poder desarrollar mejor mis ideas e intenciones.

En el fondo de una copa vacía

Yendo por Yaguarón hacia el lado de la Rambla, una cuadra antes de llegar al Cementerio Central, hay un bar. Un boliche como cualquier otro de Montevideo, que no tiene nada de especial a no ser una pequeña anécdota. Una extraña historia que me contaron un día y que hoy he decidido contársela a ustedes. Y que por supuesto pueden creer o no.
Estaba en el bar acodado a la barra, esperando a unos amigos, tomando una grappa con limón. Cuando sentí a mis espaldas unos carraspeos y una voz muy ronca de alcohol que cortésmente le decía al dueño del bar.
-¡Caballero! Me sirve una ginebra.
- Enseguida lo atiendo.
- Muchas gracias, no hay apuro.
Lentamente me di vuelta como buscando algo fuera del bar, por la ventana, con la intención de curiosear y él se dirigió a mí.
- ¡Muchacho! ¿Recuerda lo que era esto hace 50 años? – Dijo con una sonrisa; sonreí también y le dije:
- No creo, yo no era ni nacido, tengo 23 años.
- Era todo tan distinto.
- ¡Si, me imagino! ¡Maracaná, la Suiza de América, las vacas gordas, el boleto a un vintén! Todo eso ¿No?
- ¡No, no es eso! Me refiero a lo que se ve por la ventana, las casas, la plaza, la gente, los ómnibus, el bitumen en vez del empedrado. ¡Hasta “La Estancia ´e Los Quietos” parece distinta!
- ¿La qué?
- ¡El cementerio muchacho... a propósito... qué está tomando?
- ¡Caballero, tráigale una grappa con limón al muchacho!
- Gracias...
- Le sigo contando, hace 50 años yo era un gurí que trabajaba en un carro repartidor de leche. Un carro con caballos. Era el peón; ¿ves allá enfrente?
- ¿Dónde está el saloncito?
- No la casa de al lado, la que está vacía, era una panadería. El reparto de leche lo hacíamos a las 6 de la mañana. En invierno a esa hora, antes de empezar el reparto nos reuníamos con el panadero, el bolichero de acá. Esto en aquellos tiempos era como una pulpería. Piso de madera, mostrador de estaño, la foto de Gardel y la radio al firme con las noticias de la guerra. También estaba el sepulturero del Central, el milico que hacia la guardia, mi patrón y yo. Todos nos reuníamos una vez por semana, o cada dos semanas, y comíamos...
El viejo detuvo su parloteo y bebió la ginebra de un trago, parecía que se iba a desnucar, dejo la copa lentamente en el mostrador mientras mantenía sus ojos cerrados, los abrió despacio y miró a su alrededor, en voz baja me dijo: ...comíamos gato asado.
- ¿Gato asado, y era rico?
- ¡Puff! ¡Un manjar! –dijo haciendo gesto de gourmet- me acuerdo que el panadero ponía el horno para cocinarlo y el pan para comer, el bolichero ponía el vino y el boliche para estar cómodos. Mi patrón le daba la leche al sepulturero, porque él era el que se encargaba de cazar los gatos, entonces, cuando tenía uno lo encerraba en algún nicho, o en algún panteón y lo engordaba para comerlo. Yo como era chico, no podía poner nada, así que tendía la mesa y esas cosas, el milico iba de garrón, por hacer la vista gorda, como siempre.
- Para no faltar a la tradición.
- Sabés que bueno era tomarse unos vinos y comer algo caliente en esas madrugadas de invierno, que había tremenda escarcha, el frío te calaba los huesos. Yo era muy gurí, por eso no me dejaban tomar más de un vasito de vino, pero comía como lima nueva. Me acuerdo que me encantaba mojar el pancito en el jugo del adobo de la carne. Todo iba bien hasta que un día que estabamos reunidos de tarde, cayó al boliche, una dama que vivía cerca de acá. Era polaca y no se le entendía muy bien lo que hablaba, pero igual nos dimos cuenta que nos estaba relajando de arribabajo porque le habíamos comido al gato, que era lo único que había podido traer con ella de Europa, y agarró y nos echó una maldición, y dijo que todos nos íbamos a morir por orden de edad, del más viejo al más joven. Año tras año. Y sabés una cosa, solo se equivocó conmigo. Porque hace ya más de 40 años de que muriera el último antes que yo, que soy el único que queda. El primero fue el sepulturero que no murió, sino que desapareció y nunca más se supo de él. Un año después, el panadero. Supuestamente había dejado una pala del horno mal apoyada en la pared, y se cayó en su espalda. El golpe no lo mató, pero lo desmayó, y cayó sobre la masa del pan, muriendo asfixiado. Al año siguiente, el bolichero estaba levantando la cortina del negocio, y se le cayó en la cabeza, se la partió en dos. Al otro año murió mi patrón, uno de los caballos se le desbocó y le dio una patada. Y el último fue el milico. Lo mataron unos chorros de un tiro. Y yo cuento esta historia y me burlo de la muerte y de la maldición de la polaca, porque no me hicieron nada. Pero eso sí, siempre que tomo una copa; la tomo a la salud de todos ellos. ¿Sabés por qué?
- No, ni se me ocurre.
- Porque si no lo hiciera, sus rostros se me aparecerían en el fondo de la copa y todos ellos juntos formarían los ojos de la polaca, que eran muy similares a los del gato, y yo moriría. Lo sé porque un día la polaca se me apareció en sueños y me lo dijo.
Bebimos algunas copas más, y luego “El comegatos” que es como le decían en el barrio, se fue y nunca más lo vi, hasta ayer, que encontré sus fotos en las páginas de un diario.
“ El hombre había bebido su copa, de un trago, en el mismo lugar de la historia donde siempre la tomaba. Se quedó extasiado mirando la copa vacía y murió de un ataque al corazón. Las personas que estaban en el bar, en ese momento, bla, bla, bla,... ”
Sé que no fue así, sé que en cada bar y en cada bebedor existe el fondo de una copa vacía. Llena de recuerdos, pasiones y temores; como el que mató al “comegatos” el hombre es siempre su mayor obstáculo, por eso muere un poco cada vez que se enfrenta a sí mismo y a sus reproches, en el fondo de una copa vacía.

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

No es la primera vez que alguna persona se quiere acercar a mis trabajos publicados, mis libros ya tienen su tiempo de editados y en librerías no hay más. El primero salió en 1993 se llama DES-CUENTOS Y TEXTO-CLIPS, de Editorial Grafitti. En 1996 publiqué un cuento, en 1999 mi segundo libro LA TEXTURA DE NUESTROS FANTASMAS de Editorial Melibea y por ahora el último trabajo viene siendo de 2005, el cuento donado a UNICEF. Esta información esta en mi perfil, por eso surgió el tema de debería publicar algún cuento por acá, para difundir asi también mi trabajo como escritor. Por eso es que en un apartado especial les voy a dejar como muestra un par de cuentos de cada libro, para que conozcan no solo mi visiòn periodística sino tambien mi obra como intento de escritor, todavia. Este cuento que les dejo es de mi primer libro y se llama:





La cámara de fotos


El domingo pasado, sangriento domingo en los diarios, al igual que el resto de los días de la semana, fui a la feria de Tristán Narvaja. Eterno y místico collage que mezcla el ritmo de los tambores con el cambalache de Discépolo y el Blando desfile al que aluden Jim Morrison.
En cada puesto una locura, una ilusión, un falso billete de $150. Barbas, lentes, pechos, pipas, vaginas, alpargatas, penes, todo se mueve al hipnótico ritmo del ruido ensordecedor de gritos que no dicen nada. ¡Panchos! ¡Al choripan, al chori! ¡Tengo el último de la lotería, el ganador! ¡A las cotorritas, a las cotorrit... ! ¡A las cotorronas!
Camino buscando algo, no sé qué, ni nunca lo sabré, soy como un canillita que nunca sabe quien le va a comprar el último diario; solo sabe que instintivamente debe seguir tal o cual recorrido, dicen que eso se llama destino. No sé si creer en él, solo Dios lo sabe, si existe.
Dos cuadras delante de donde se hallaban mis pies, pasando cinco puestos de choripanes, uno de empanadas, uno de pescado, un vendedor de sellos, tres de plantas y varios negocios más; encontré mi destino. Era un viejo escueto, huesudo de cara enjuta y parca, las comisuras de sus labios, secas como las bocas de los borrachos que aún no han terminado su faena diaria. Miraba a todo el mundo con cara diáfana y displicente a la vez, sonreía sarcásticamente, tanto que su boca y sus ojos parecían transformarse en una mueca de dolor.
Su cabello totalmente blanco, creaba en su rostro un reflejo mortecino, cadavérico. El entorno alrededor de él tampoco habría sido muy extraño (el árbol en que estaba apoyado dejaba caer poco a poco sus hojas como en cualquier día de otoño, con la única diferencia de que había una temperatura cercana a los 30 grados, eran las 10:1 de la mañana y era un hermoso día de verano) dejando de lado esos detalles, lo demás era todo normal.
Su lúgubre y diminuto puestito ofrecía un montón de chucherías que parecían tener la intención de quedarse allí para siempre, como si no quisieran ser vendidas. Todas esas pequeñas y extrañas cosas atrajeron mi curiosidad como ningún otro lugar de la feria lo había podido hacer. Me acerqué lentamente, aunque mis pies parecían correr. Señales de un mundo aparente: su boca y sus ojos parecían transformarse, un montón de chucherías parecían tener la intención de quedarse y mis pies parecían correr.
Dicen que esta característica es propia del mundo, de Tristán Narvaja, de este extraño puesto que parece normal pero no lo es.
Los ojos del anciano se cruzaron con los míos, el choque de tales planetas gelatinosos, que colisionaron sin salirse de sus órbitas, provocó chispazos de luz y electricidad que estremecieron mi cuerpo, e hicieron que corriera por mi espalda un frío en extremo nervioso. Llegue al puesto y con un tono un tanto tembloroso y haciéndome el extranjero de esta Tierra pregunté:
- Perdón, que es lo que vende.
- ¡Nada! – Me dijo, lo cual me dejo perplejo.
- ¿Cómo nada?
- ¡Claro! Yo no vendo nada. ¿Usted sí?
- ¡Yo no, es evidente!
- ¿ Y si usted no vende nada, porque tengo que vender yo?
- ¡Tiene razón! ¿Y que está haciendo acá sentado?
- Trabajando.
- ¿Trabajando?
- ¡Claro! ¿O acaso es usted ciego?
- ¿Y de que trabaja? Si se puede saber.
- Soy el guía de este museo. (eso lo dijo señalando con su mirada la mesita pequeña)
- ¿Esto es un... museo?
- Humilde, pero museo al fin.
- Podría hacer un recorrido por su petit museo.
- ¡Cómo no! Todavía no es hora de cerrar.
- Disculpe mi ignorancia, pero esto ¿Qué es?
- Este es uno de los tornillos con que el viejo barón Víctor Von Frankenstein armó a su adorable criatura, que muchos catalogaron de monstruo.
- ¿Y esto?
- Es la dentadura postiza que utilizó el depresivo Conde Drácula, que le sirvieron para alejar a los aldeanos de su castillo y que lo llevaron a ser leyenda.
Nunca voy a saber si en ese instante estaba loco, cuerdo, o qué, o donde estaba, solo sé que cada cosa que el viejo me decía me descolocaba más, hasta que, me sentí como un niño con un juguete tan, pero tan nuevo, que no sabía que hacer con él.
- Dígame. ¿Y esto qué es?
- Esto es el aparato para sordos que utilizaba Ludwig Van Beethoven.
- ¿Y aquella cámara?
El viejo se calló y sin mover una sola célula de su cuerpo, comenzó a desplazar sus ojos como si fueran un péndulo de un arcaico reloj en mal estado, primero me miraba a mí, luego miraba la cámara, nuevamente a mí y luego la cámara y así sucesivamente por un instante que me pareció eterno.
- ¡No es nada bobo el señor! Sabe una cosa, ésa es la pieza más importante del museo. ¿Quiere saber por qué?
- Sí. – Asentí con la cabeza, entonces habló bajito, susurrando casi sin abrir la boca.
- Esta es la cámara de fotos del Diablo, es muy especial, sirve para fotografiar almas, él la utilizó muchas veces, para así poder elegir a quien seducir y comprarle el alma para satisfacer sus deseos y hacer enojar a “Diosito”, como yo le digo con cariño y respeto.
Quedé boquiabierto sin saber qué decir o hacer, sólo atiné a mover la cabeza despacio, sacar los ojos de encima del viejo y ponerlos sobre la máquina; mis oídos seguían escuchándolo.
- Usted es el primero que visita mi museo sin reírse, eso me llenó de alegría; aparte fue el único que supo apreciar lo bello que éste posee, por lo tanto voy a hacer con usted una excepción, ya que tanto le ha gustado la cámara se la vendo.
En ese momento desperté de mi letargo y caí en la cuenta que todo era una patraña del viejo para venderme algo, aún así me pareció ingenioso el modo cómo me enroscó en su incoherente historia.
- Está bien se la compro. – Le dije.
- Que la disfrute. – Me dijo el viejo.
- Si es que funciona. – Le contesté.
- Funcionar, funciona, lo que sucede es que ya no hay almas que fotografiar. ¿O por qué se cree que el Diablo me la dio?
Evidentemente era un fiasco, pensé, pero hecho con calidad, se merecía que la comprara.
Tomé una instantánea de la feria, domingo a las 13:00 horas, sólo me quedó esperar 5 minutos para comprobar su eficacia.
Domingo a las 13:05, al ver la calle parecía una marea humana, sin embargo en la foto la calle aparecía vacía, la cámara sí funcionaba.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Un brindis por La Desgastada

Tengo el agrado de compartir con ustedes el lanzamiento del primer trabajo discográfico de “La Desgastada”. Antes de contarles que y quienes son, vamos a aclarar algunos temas. Primero que nada, conocí a la banda a raíz de su manager: Leonardo Garay, amigo de fierro desde hace más o menos 20 años. Así conocí, escuche y me acerque a su música. Con algunos de sus integrantes no he podido desarrollar lo que podría llamarse una amistad muy profunda, pero son gente que se nota que, si uno tuviera más tiempo y espacios en común serían seguramente muy buenos amigos. Entonces desde ya debe quedar claro que este comentario carece de la objetividad necesaria. Pretenderá tener cierta imparcialidad, eso sí.





La Desgastada nace en enero del 2002 y está integrada por: (En el orden de la foto de izquierda a derecha) Valentín Lacurcia (primera guitarra), Diego Alexandre (bajo), Federico Merce ( voz y guitarra) y Eduardo Pascale (batería). Su música tiene raíces en el blues y en el rock principalmente, pero también hay en ella una veta pop y alguna cuota de funk. Desde sus comienzos hasta hoy esta banda se ha fogueado en un sinfín de escenarios y se nota en su directo que tienen bien claro como comportarse. Tienen la solvencia y la presencia que les ha dado ese trajinar, muy bien logrado en el disco, que fue grabado en vivo en Amarcord el 24/11/06. Puede apreciarse en la grabación la fuerza y capacidad de la base rítmica que funciona como un mecanismo de relojería. Diego es un bajista preciso y potente con un sonido crudo. Detrás de los parches, Eduardo, realiza una tarea avasallante. La guitarra de Valentín, aporta una soltura y unos punteos excelentes y certeros, que ayudan a definir el sonido de la banda. En Federico, guitarra rítmica, voz y un poco el motor creativo a la hora de componer, se dan todas las características de un buen frontman, y que quede claro que le ha costado mucho trabajo poder desarrollar esa tarea, muchas veces la más fea e ingrata. No lo defiendo gratuitamente, pero sentí que tenía que hacerlo dado que, así como puedo resaltar su aporte, también debo admitir que en mi humilde opinión, por su lado está también el punto flojo de la banda: A su voz le falta en algunos pasajes un toque de fuerza para cerrar el sentir de la canción y en algún otro momento una mejor vocalización. Hecho que no afecta la energía y entrega de sus presentaciones. Que suelen dejar al público muy conectado con su propuesta, sumamente disfrutable de principio a fin por lo que estos músicos ponen en escena: todo en cada presentación.
Dentro de su repertorio destacan a mi modo de ver: “Mi estúpida canción”, “Muriendo”, “De blues y de sangre”, entre otras composiciones de ellos y excelentes versiones de temas ajenos, como por ejemplo la de “Juntos a la par” un tema de Pappo. Músico referente en el sonido de la banda.
Los invito a escuchar a esta banda que hace música sin pretensiones, honesta y ante todo auténtica. Visiten su blog, que esta linkeado aquí, en la sección Vínculos Comunicantes. Anímense, acérquense al disco y mejor aún véanlos en vivo. Salú a “La Desgastada”, por muchos años y muchos discos más. Brindo por ellos.