sábado, 29 de diciembre de 2007

Navidad Polìticamente Correcta (primera parte)

Hace algunos años por circunstancias que nunca podré definir, causalidades del destino quizás, me toco hacer de Papá Noel en mi trabajo. Esa experiencia abrió una puerta a una sensibilidad diferente con respecto a esta fiesta que solía vivir como muy lejana. Y que no volvería a sentir de ese modo hasta el nacimiento de mi hija. La experiencia de esa Navidad generó la idea que a la postre se convirtió en este cuento que dejo aquí para compartir, al igual que este saludo festivo:

Queridos familiares y amigos, estimados compañeros de trabajo, compañeros de ruta en general. En estos momentos tan especiales para algunos, tan tediosos e insignificantes para otros, como son las Navidades. Quiero levantar mi copa y brindar por todos ustedes. Porque más allá de cualquier simbolismo religioso, social o mercantil; desde mi humilde punto de vista, estos son tiempos de esperanzas, de reconciliaciones, de ser humanos.
Tiempos de vivir de cara a la vida. Levantemos todos juntos la copa de la utopía y como decía Luca, soñemos el sueño imposible. Brindemos por que vale la pena estar aquí y ahora. Abracen a esos seres que tanto quieren, y a veces, de quienes tanto reniegan, dejen de lado las diferencias y valoren lo demás. Miremos dignamente al otro y sintamos, y entendamos, que está tan lleno de sueños como nosotros. Construyamos y alimentemos esos sueños para que algún día se hagan realidad, para que este breve momento del año dure mucho más tiempo y los acontecimientos venideros nos encuentren más unidos, sensibles, justos. Más capaces de compartir, convivir, amar. Esta es mi utopía, mi deseo. Y deseaba compartirlo con ustedes. Levanto nuevamente mi copa y brindo por la vida, brindo por ustedes y porque nunca falte.
Mando desde aquí un gran abrazo fraterno con los mejores deseos de esperanza Y FELIZ NAVIDAD Para todos, en cualquier parte del mundo, debería ser así.


Navidad políticamente correcta

- ¡Estamos trasmitiendo en vivo y en directo desde la Jefatura de Policía de Montevideo, donde tienen encerrado a Papá Noel! En un hecho sin precedentes... stos momentos un grupo de especialistas se encuentran interrogando a Papá N... posiblemente se requiera la presencia del Ministro del Interior para que intervenga en este hecho sin precedentes... hay un grupo de personas disfrazadas de Papá Noel exigiendo la liberación de este personaje con pancartas y repartiendo panfletos que cuestionan la lógica del acontecimiento qu... on nosotros el psicól...
En la penumbra de la lujosa habitación, iluminada por la pantalla del televisor y una pequeña veladora, se cansa de escuchar tanta estupidez. No puede creerlo, pero es así. Su padre siempre le había dicho que si quería que las cosas salieran bien debía hacerlas uno mismo. Y parecía que así era. Deja el control remoto sobre la mesa y toma el teléfono. Le molesta perder el tiempo en trivialidades. El teléfono suena, alguien contesta:
- ¡Hola supermercados Pío! ¿En qué puedo ayudarlo? – una voz servil y florida.
- Con el encargado general, habla Roberto Pío. –dice cortante y con voz de mando.
- Enseguida, señor. –responde la voz servil y ahora marchita.
- ¿Cómo está, Alvarez?
- ¡Mal señor! ¡Esto es un caos; el tema de Papá Noel nos ha hecho bajar las ventas en forma abismal!
- Lo entiendo, lo entiendo. Dígame ¿a cuánto ascienden las perdidas?
- Todavía no se han calculado señor, pero está el asunto de la mercadería “regalada” y no quiera saber lo que fue con la avalancha de gente y tener que cerrar el local tres horas antes, sin contar los sueldos de los empleados que se quedaron horas extras para acomodar el estropicio.
- Quiero un informe completo para esta noche. Me lo envía por fax al hotel, acá en Santiago. ¿Quién estaba a cargo de la seguridad en ese momento?
- Cuando yo bajé a dar una mano y a poner un poco de orden estaba Martínez a cargo, pero se le notaba que todo se le había ido de las manos. ¡Hacía rato! Estaba muy alterado.
- ¡Despídanlo! Y también a los de seguridad que crea conveniente. Eso arreglará todo lo concerniente al ambiente generado en la sucursal.
- ¡Sí, señor! ¿Algo más?
- Quiero que preparen un comunicado de prensa en donde conste que yo no estaba en el país cuando esto ocurrió, pero que me he enterado del caso y voy para allá a tratarlo personalmente con la intención de que la Navidad sea feliz para todos y esto no pase de ser un hecho anecdótico que recordaremos con ironía. Mañana en la mañana estoy llegando a Montevideo. Confío en usted, Alvarez. Es el único que se lo merece. ¡Ah, otra cosa! Avísele a mi familia que desaparezcan del mapa, que se vayan a Punta del Este y no se dejen ver por nadie que yo arreglo todo.

En la jefatura un tipo abatido y sudoroso fuma un cigarrillo lentamente como si en eso le fuera la vida. Encorvado y con la mano apoyada en su rodilla mira el suelo perdiéndose en las baldosas. Las botas negras le quedan grandes, el traje rojo le cuelga. A su costado un almohadón que le sirvió de panza, una barba postiza y un gorro con un pompón blanco completan el cuadro.
Levanta la cabeza y mira a los cuatro costados. No puede creer que esto esté pasando, siempre había visto este edificio desde afuera y nuca pensó estar allí en estas condiciones, recuerda cuando se burlaba de los milicos que laburaban siempre en la puerta al rayo del sol o bajo la peor de las lluvias. Deja caer su cabeza lentamente hasta que se pierde entre sus hombros y su pecho, mientras piensa en un burro que lo está cagando a patadas en el culo. Se lo merecía una y mil veces.
Se rompe el silencio, otro hombre entra en la sala sin saludar. Toma una silla y la acerca, la pone al revés y se sienta frente a él cruzando sus brazos sobre el respaldo y apoya su barbilla sobre ellos. Lo mira comprensivamente.
- Norberto, Norberto. ¿Se siente mejor, quiere algo? ¿Algo de tomar quizás?
- No gracias. – Contesta con voz distante y monocorde.
- Necesito que me cuente todo otra vez, despacio y tomándose su tiempo. Trate de recordar detalles, todo es importante, por favor.
- ¿Otra vez? – Contesta ofuscado.- ¡Cuántas veces más va a ser necesario!
- Si le estoy pidiendo por favor, es por usted. De usted depende que todo este lío se arregle.
- Está bien, disculpe que haya gritado. Fue todo tan rápido. Un día conté en el trabajo que había hecho de Papá Noel; para mis hermanos, cuando eran chicos. Lo lindo que había sido esa experiencia, lo feliz que me sentí al hacerlos felices a ellos. Y como, por primera vez, el escéptico número uno de la Navidad, que soy yo. Creyó aunque sea un minuto en ella. ¿Y viste como es? En estos lugares uno no puede contar nada sin que se entere hasta el último orejón del tarro. Un día vino un encargado y me ofreció hacer de Papá Noel por tres días. El 22, 23 y 24. Yo trabajo de las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde y todos estaban haciendo doble turno. Me pidieron que me disfrazara de la cinco de la tarde a las diez de la noche y me lo pagarían doble y tendría un plus que cobraría en fin de año. Acepté. Una oportunidad así de ganar más plata por trabajar la misma cantidad de hora que los demás me pareció un regalo del cielo.
Hace una pausa y mueve su cabeza lamentándose. Suspira y retoma el relato.
- Creí que frente a centenares de niños que no conocía no sentiría nada y sin embargo comencé a desmoronarme. Se rompieron los límites entre pensar y hacer, actuar o decidir; pasaba de la euforia a la violencia como si nada. Tendría que preguntarle a mis compañeros de trabajo. Dos horas antes de disfrazarme comenzaba a irritarme, a ponerme meticuloso, obsesivo, hasta llegar al extremo de pelearme por cualquier cosa. -¡Pará loco, pará!- me gritaban mis amigos entonces, entonces reaccionaba y me daba cuenta que el que estaba mal era yo. Todavía no puedo creer que me hayan soportado tanto. Ya disfrazado me sentía suelto, alegre, todo lo contrario a como estaba unos minutos antes. Caminaba de punta a punta del supermercado recorriendo las góndolas y haciendo sonar mi campana, invitando a los chicos a pedir sus regalitos. Los llevaba hasta mi sección y...
- Disculpe que lo interrumpa. ¿Dónde es que trabaja?
- En la sección electrodomésticos, audio y computación. Hay un rincón que esta dedicado a las computadoras y los videogames y todos sus accesorios. Ahí trabajo yo. –Como le decía, remarca molesto la interrupción. – En mi sección tenía un sillón adornado con guirnaldas y flores navideñas. Ahí me sentaba, tomaba una cuadernola, una lapicera y le pedía a los niños su nombre, su edad y que me detallaran qué querían recibir como obsequio. Al mismo tiempo que los invitaba a dejar su cartita en un buzón que tenía a mi lado: Marcelo, de 6 años, me dijo que quería una moto y un casco; Sthepanie, un regalito que fuera una pelota igual a la de Gastón, un amiguito de ella. Rodrigo de 3 añitos pedía los muñecos de Batman; David de 4, “El equipo completo de Peñarol, una pelota y una radio”; Lucia, de 8 años quería un hámster. Gervasio, de 6 “un auto que tenga nafta”. Así pasaron por el cuaderno cientos de niños, cientos de abrazos, besos, sorpresas, sustos, sueños y mil cosas más, me sentí el tipo más completo del mundo y a la vez el más frágil. ¡No sabés lo que era ver sus ojitos flotando en ensueños, las caritas brillando de emoción! Los más chiquitos saludándome, escondidos detrás de sus mamás, tirándome besos con sus manitas delicadas, con miedo a acercarse. Aprendí que en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos, uno puede encontrar o dar felicidad. El que me hizo dar cuenta de eso fue Valentín, un botija de 10 años, flaquito, dientón y con ojos de ratón. Inteligente y sarcástico, siempre viene a probar juegos de P.C. y de vez en cuando compra alguno; el día que se enteró que me tenía que poner el traje, salieron de su boca el total de mis excusas y cuando quise decirle que estaba equivocado solo reí guiñándole un ojo. Pero el mismo se encargo de reivindicarse al venir y ser mi ayudante durante horas. Estaba fascinado tocando la campana para llamar a los niños, haciendo de apuntador. – Si se llama Nicolás, decíle, chau tocayo. –Me recriminó una vez. -¿Por qué? Le pregunté.- Porque Papá Noel, Santa Claus y San Nicolás son el mismo. – y terminó contándome la historia completa de la Navidad que había leído en una revista. Y ayer antes de irse me miró con cara de pícaro y riéndose me susurró: - Te dejé mi cartita en el buzón espero que la leas. – Le aseguré que sí. Nos dimos un abrazo con palmaditas incluidas y se fue corriendo loco de contento. Eso me demostró que era igual a los demás niños de su edad; a pesar de su picardía veía en las fiestas un sueño especial y me lo hacía sentir, lo compartía conmigo al igual que los otros niños. Dos de ellos también me sacudieron hasta los huesos. El primero fue un nenito oriental, japonés creo, aunque hablaba español bastante bien. La madre es clienta y es de la embajada porque siempre paga con una tarjeta dorada y tiene documento diplomático. El nene me pidió un par de juguetes como cualquier otro niño y terminó diciéndome: - Y quiero que haya más amistad y tener más amigos para jugar. Me invadió un sentimiento de soledad terrible. No podía creerlo. Me sentí impotente ante su pedido, porque lo que él quería era algo que no se podía comprar, muy difícil de conseguir y muy fácil de perder cuando no es real. Al otro día, hoy, una nenita que venía de la mano del padre, cuando estuvo a un par de metros de mí, se soltó y corrió a abrazarme. Me besó y se sentó en mi falda, me contó que se llamaba Daiana y me explicó cuales iban a ser sus obsequios. Luego me pidió que le dejara lo mismo para su hermanita, Carolina, que tenía diez, ella tenía cinco. Se fue muy feliz con su papá a terminar de hacer las compras que faltaban para la cena de Nochebuena. Antes de irse vino de nuevo y me dio otro beso, se alejó haciéndome adiós con la manito hasta que se perdió entre el gentío y durante el resto de la tarde tuve un presentimiento. Traté de alejarlo de mi mente pero cada vez que aparecía lo hacía con más fuerza; dos o tres horas después la niña volvió con su familia, pero esta vez había traído a su hermanita. Se acercaron, ella me dio un beso y me la presentó. Era una niña... especial, que precisaba de todo el amor del mundo, y estoy seguro que en su casa tenía todo eso y mucho más. Parada delante de mí, estaba extasiada mientras se tocaba nerviosamente y yo perplejo atoraba las palabras. Se acercó, sonreí y estiré mi mano. Se aferró a ella como a una soga que pende de un precipicio, me estrujó, me dio un besito y me dijo maravillada: -¡Hola Papá Noel, como estás! – Muy contento de que hayas venido, estaba esperándote, Daiana me habló de vos, tu nombre es Carolina y ya tengo tus pedidos para llevártelos, porque papi y mami ya me contaron que te portás muy bien. -¡Gracias Papá Noel! – Dijo – y su abrazo fue tan cálido y su besito tan suave; su voz tan dulce que pensé que estaba siendo besado por un ángel. Quería pararme y salir corriendo hasta perderme de vista. Ella enseguida me soltó y se abrazó a su mamá sin quitarme los ojos de encima, entonces se acerco a la más chiquita y me contó: - Papá esta preparando asado y ensaladas y yo quiero invitarte a que comas con nosotros. ¿Vás a venir? – Y yo ¿qué iba a hacer? Le expliqué que no iba a poder porque tenía que repartir los regalos de los demás y eso me llevaría toda la noche. Con una sonrisa comprensiva me dio un beso y se agarró a su papá. Cuando se alejaban, el padre se dio vuelta; - “¡Flaco, vos ya tenés un lugar en el cielo!” – Me dijo bajito, palmeándome el hombro. Se me erizó hasta el último pelo del cuerpo. ¡Y ya no recuerdo más! ¡Juro por Dios que no me acuerdo que más pasó!
- Está bien cálmese, cálmese, yo no lo voy a obligar a que me diga nada más. ¿Quiere agua o algo de comer?
- ¡No! Déjeme sólo.
El hombre retira la silla y la deja de vuelta donde estaba. El silencio reina nuevamente en el lugar, Norberto se acurruca y tira el filtro que empezaba a quemarse. De a poco se lleva las manos a los bolsillos y en uno de ellos siente el crujir del papel y recuerda. Lentamente lo saca y lo acondiciona para leerlo. Rompe el sobre y saca una hoja recortada, con la letra de su gran amigo:
“Papá Noel:
Yo se que esto es mentira
Pero por las dudas te pido
Que le digas a Jesús que en la
Navidad a él no le dan importancia
Por eso te pido: un Lamborchini
Una playa
Un shopping
A Sharon Stone
Un oso Teddy
Una tele de 90 pulgadas
Te lo pide Valentín.
Bye, bye.”

La dobla y vuelve a guardarla en su bolsillo, prende un cigarrillo y con la mirada perdida se ríe socarronamente.
Fuera de la jefatura un verdadero carnaval de gente cubre la calle. Periodistas, fotógrafos, canales de televisión, y gente. Mucha a favor y otro tanto en contra, formando una coreografía digna del Solís. Luces y flashes por doquier, consignas y cantos navideños. Exaltación de los valores morales y la familia. La incidencia del comunismo, Papá Noel y las drogas y un sin fin de elucubraciones más.
Pequeños grabadores y micrófonos registrando esa Babel y la omnipresencia de la televisión filmando absolutamente todo.

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