domingo, 9 de diciembre de 2007

Separata II: Compartiendo cuentos publicados

No es la primera vez que alguna persona se quiere acercar a mis trabajos publicados, mis libros ya tienen su tiempo de editados y en librerías no hay más. El primero salió en 1993 se llama DES-CUENTOS Y TEXTO-CLIPS, de Editorial Grafitti. En 1996 publiqué un cuento, en 1999 mi segundo libro LA TEXTURA DE NUESTROS FANTASMAS de Editorial Melibea y por ahora el último trabajo viene siendo de 2005, el cuento donado a UNICEF. Esta información esta en mi perfil, por eso surgió el tema de debería publicar algún cuento por acá, para difundir asi también mi trabajo como escritor. Por eso es que en un apartado especial les voy a dejar como muestra un par de cuentos de cada libro, para que conozcan no solo mi visiòn periodística sino tambien mi obra como intento de escritor, todavia. Este cuento que les dejo es de mi primer libro y se llama:





La cámara de fotos


El domingo pasado, sangriento domingo en los diarios, al igual que el resto de los días de la semana, fui a la feria de Tristán Narvaja. Eterno y místico collage que mezcla el ritmo de los tambores con el cambalache de Discépolo y el Blando desfile al que aluden Jim Morrison.
En cada puesto una locura, una ilusión, un falso billete de $150. Barbas, lentes, pechos, pipas, vaginas, alpargatas, penes, todo se mueve al hipnótico ritmo del ruido ensordecedor de gritos que no dicen nada. ¡Panchos! ¡Al choripan, al chori! ¡Tengo el último de la lotería, el ganador! ¡A las cotorritas, a las cotorrit... ! ¡A las cotorronas!
Camino buscando algo, no sé qué, ni nunca lo sabré, soy como un canillita que nunca sabe quien le va a comprar el último diario; solo sabe que instintivamente debe seguir tal o cual recorrido, dicen que eso se llama destino. No sé si creer en él, solo Dios lo sabe, si existe.
Dos cuadras delante de donde se hallaban mis pies, pasando cinco puestos de choripanes, uno de empanadas, uno de pescado, un vendedor de sellos, tres de plantas y varios negocios más; encontré mi destino. Era un viejo escueto, huesudo de cara enjuta y parca, las comisuras de sus labios, secas como las bocas de los borrachos que aún no han terminado su faena diaria. Miraba a todo el mundo con cara diáfana y displicente a la vez, sonreía sarcásticamente, tanto que su boca y sus ojos parecían transformarse en una mueca de dolor.
Su cabello totalmente blanco, creaba en su rostro un reflejo mortecino, cadavérico. El entorno alrededor de él tampoco habría sido muy extraño (el árbol en que estaba apoyado dejaba caer poco a poco sus hojas como en cualquier día de otoño, con la única diferencia de que había una temperatura cercana a los 30 grados, eran las 10:1 de la mañana y era un hermoso día de verano) dejando de lado esos detalles, lo demás era todo normal.
Su lúgubre y diminuto puestito ofrecía un montón de chucherías que parecían tener la intención de quedarse allí para siempre, como si no quisieran ser vendidas. Todas esas pequeñas y extrañas cosas atrajeron mi curiosidad como ningún otro lugar de la feria lo había podido hacer. Me acerqué lentamente, aunque mis pies parecían correr. Señales de un mundo aparente: su boca y sus ojos parecían transformarse, un montón de chucherías parecían tener la intención de quedarse y mis pies parecían correr.
Dicen que esta característica es propia del mundo, de Tristán Narvaja, de este extraño puesto que parece normal pero no lo es.
Los ojos del anciano se cruzaron con los míos, el choque de tales planetas gelatinosos, que colisionaron sin salirse de sus órbitas, provocó chispazos de luz y electricidad que estremecieron mi cuerpo, e hicieron que corriera por mi espalda un frío en extremo nervioso. Llegue al puesto y con un tono un tanto tembloroso y haciéndome el extranjero de esta Tierra pregunté:
- Perdón, que es lo que vende.
- ¡Nada! – Me dijo, lo cual me dejo perplejo.
- ¿Cómo nada?
- ¡Claro! Yo no vendo nada. ¿Usted sí?
- ¡Yo no, es evidente!
- ¿ Y si usted no vende nada, porque tengo que vender yo?
- ¡Tiene razón! ¿Y que está haciendo acá sentado?
- Trabajando.
- ¿Trabajando?
- ¡Claro! ¿O acaso es usted ciego?
- ¿Y de que trabaja? Si se puede saber.
- Soy el guía de este museo. (eso lo dijo señalando con su mirada la mesita pequeña)
- ¿Esto es un... museo?
- Humilde, pero museo al fin.
- Podría hacer un recorrido por su petit museo.
- ¡Cómo no! Todavía no es hora de cerrar.
- Disculpe mi ignorancia, pero esto ¿Qué es?
- Este es uno de los tornillos con que el viejo barón Víctor Von Frankenstein armó a su adorable criatura, que muchos catalogaron de monstruo.
- ¿Y esto?
- Es la dentadura postiza que utilizó el depresivo Conde Drácula, que le sirvieron para alejar a los aldeanos de su castillo y que lo llevaron a ser leyenda.
Nunca voy a saber si en ese instante estaba loco, cuerdo, o qué, o donde estaba, solo sé que cada cosa que el viejo me decía me descolocaba más, hasta que, me sentí como un niño con un juguete tan, pero tan nuevo, que no sabía que hacer con él.
- Dígame. ¿Y esto qué es?
- Esto es el aparato para sordos que utilizaba Ludwig Van Beethoven.
- ¿Y aquella cámara?
El viejo se calló y sin mover una sola célula de su cuerpo, comenzó a desplazar sus ojos como si fueran un péndulo de un arcaico reloj en mal estado, primero me miraba a mí, luego miraba la cámara, nuevamente a mí y luego la cámara y así sucesivamente por un instante que me pareció eterno.
- ¡No es nada bobo el señor! Sabe una cosa, ésa es la pieza más importante del museo. ¿Quiere saber por qué?
- Sí. – Asentí con la cabeza, entonces habló bajito, susurrando casi sin abrir la boca.
- Esta es la cámara de fotos del Diablo, es muy especial, sirve para fotografiar almas, él la utilizó muchas veces, para así poder elegir a quien seducir y comprarle el alma para satisfacer sus deseos y hacer enojar a “Diosito”, como yo le digo con cariño y respeto.
Quedé boquiabierto sin saber qué decir o hacer, sólo atiné a mover la cabeza despacio, sacar los ojos de encima del viejo y ponerlos sobre la máquina; mis oídos seguían escuchándolo.
- Usted es el primero que visita mi museo sin reírse, eso me llenó de alegría; aparte fue el único que supo apreciar lo bello que éste posee, por lo tanto voy a hacer con usted una excepción, ya que tanto le ha gustado la cámara se la vendo.
En ese momento desperté de mi letargo y caí en la cuenta que todo era una patraña del viejo para venderme algo, aún así me pareció ingenioso el modo cómo me enroscó en su incoherente historia.
- Está bien se la compro. – Le dije.
- Que la disfrute. – Me dijo el viejo.
- Si es que funciona. – Le contesté.
- Funcionar, funciona, lo que sucede es que ya no hay almas que fotografiar. ¿O por qué se cree que el Diablo me la dio?
Evidentemente era un fiasco, pensé, pero hecho con calidad, se merecía que la comprara.
Tomé una instantánea de la feria, domingo a las 13:00 horas, sólo me quedó esperar 5 minutos para comprobar su eficacia.
Domingo a las 13:05, al ver la calle parecía una marea humana, sin embargo en la foto la calle aparecía vacía, la cámara sí funcionaba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impecable..me encanto:)

Anónimo dijo...

Gracias por el comentario, breve, pero contudente y halagador. Pero estaría bueno que dejaran su nombre, un nickname, o algo para saber quién dejó su huella en este espacio. Gracias.
Gustavo Aguilera