sábado, 29 de septiembre de 2007

Las distopías en el cine (segunda parte)


A pocos años de terminada la Segunda Guerra Mundial se edita el libro que se convertiría en la distopía por antonomasia. Me refiero a 1984, el mundo reflejado en este, apunta a la crítica del sistema bolchevique. No deja de haber en él referencias palpables del nazismo y del fascismo, por ejemplo, en el adiestramiento de los niños, que no vacilaban en denunciar a sus padres si sus pensamientos se desviaban del status quo preponderante. La atmósfera narrativa de la obra de Orwell ubica al lector en el estado de las cosas de la Europa de posguerra. Una Londres abatida por la guerra, la dictadura Stalinista y los coletazos de la dictadura Hitleriana, conforman el ominoso clima que se respira a través de toda la obra. Bradbury lo haría años después, en 1953 con su novela Fahrenheit 451, desde una perspectiva que toma como espejo al Mc Carthismo. Desde allí y hasta hoy este subgénero dentro de la ciencia-ficción ha visto correr ríos de tinta en novelas de todo calibre. En lo personal considero que la ciencia-ficción es el género literario que define al siglo XX. Bastardeado y ninguneado durante casi todo ese siglo, sus obras y autores más importantes están comenzando a ser valorados por sus propios méritos, más allá de las etiquetas impuestas. Pero el tema en cuestión es como esto se proyecta en el cine. A partir de mediados de la década del 40, el cine de ciencia-ficción aflora nuevamente como forma de entretenimiento, películas de bajo presupuesto llenas de monstruos, alienígenas, científicos locos y mujeres bonitas en peligro, atiborran las matines de las salas de cine. Dos films sin embargo llevan al género hacia una etapa de madurez: The day the Earth stood still, del año 1951 y Forbidden Planet de 1956.






Un llamado a la paz mundial y una mirada casi psicoanalítica a los miedos interiores son sus temas centrales.
Una cualidad que tienen las obras distópicas en general es que toman los miedos y problemas del presente y los proyectan en muchos casos hasta las últimas consecuencias, convirtiéndose a veces en tristemente premonitorios. Metrópolis esbozó el surgimiento del nazismo, Things to come, los bombardeos a Londres y la Segunda Guerra Mundial. En tiempos de la Guerra Fría el terreno de los miedos cosechó libros y películas antológicos. 1984 y Fahrenheit tendrían sus versiones cinematográficas: Fahrenheit 451 en 1966 dirigida por Francoise Truffaut. La obra orwelliana tendría 2: la primera sería en 1956, dirigida por Michael Anderson y la siguiente es un homenaje brillante realizado en 1984 por el director Michael Radford, con John Hurt y Richard Burton. Una película desoladora.



Sin lugar a dudas la traducción más brillante llevada al cine de la novela de Orwell sería Brazil de Terry Gilliam (1984) a mitad de camino entre la tragedia y el absurdo, en clave de comedia cruel. No en vano Gilliam proviene de Monty Python. La acción da inicio con un error que se produce al caer una mosca aplastada dentro de una impresora y una orden de arresto recae en la persona equivocada. Sam Lowry es un obediente funcionario de un estado brutal y omnipresente, pero que al contrario del de Orwell, en este nada funciona. Sam se cruza con una hermosa joven Jill Layton, (que intenta saber el paradero del hombre desaparecido por culpa del fallo burocrático) de la que se enamora y le hace ver las fallas de ese sistema que él no es capaz de cuestionar. Así se convierte sin querer en un revolucionario que termina muriendo a manos de un torturador (Michael Palin, otro Monty Python) que irónicamente era amigo suyo. La propuesta visual de Gilliam sorprende, apoyándose muchas veces en el mundo onírico del personaje, que se sueña como un héroe alado enfrentándose a monstruos y laberintos, en contraste con los elementos que definen su realidad: el sistema prepotente de los jerarcas; la humillante y opresiva ubicación espacial de los empleados, en contrapartida con la grandeza y magnificencia en la extensión de los salones y salas de seguridad; metáforas de la megalomanía.
La película combina las peores maneras de la burocracia británica de los años 40, la paranoia americana de los 50, las atrocidades y atropellos latinoamericanos de los 60 y 70 y la locura de la década de los 80 (representada en la obsesión de la madre del personaje por la cirugía estética y la moda) hasta convertirse en una obra original, valiente y atrevida.
Pero entre la primer versión de la distopía máxima y el homenaje de Terry Gilliam hubo un período donde las películas distópicas estaban a la orden del día. Luego de la primavera del amor en el 67 y el mayo del 68 en parís; La guerra de Vietnam, el plan cóndor, la carrera armamentista y un montón más de batallas y escaramuzas de la guerra fría. Los tiempos por venir presagiaban la consolidación de los peores temores del hombre. Así a través de filmes como: La naranja mecánica de Stanley Kubrick (1971), THX 1138 de George Lucas (1971), El dormilón de Woody Allen en tono de sátira (1973), Cuando el destino nos alcance (Soylent green) de Richard Fleischer (1973), Zardoz de Jhon Boorman (1974), Rollerball de Norman Jewison (1975), Logan’s Run de Michael Anderson (1976) nos ofrecían visiones de futuros posibles que cargaban las tintas contra miedos por venir, basados en la intolerancia y la incomprensión. Pero eso se los cuento en la próxima entrega.

No hay comentarios: